sábado, 19 de marzo de 2011

El jardin de los suplicios de Octave Mirbeau

Podemos entender el decadentismo como el masoquismo de los conservadores. El decadentismo fue un movimiento de finales del siglo XIX, que criticaba la decadencia moral de la época victoriana y cómo el hombre había llegado a un grado de maldad hasta convertirse en un peligro para la humanidad misma, pero no hacía nada ni proponía algo para corregir el rumbo; en general tenía un tono pesimista.

En 1899, Octave Mirbeau escribe "El jardín de los suplicios" en pleno Affaire Dreyfus. No me pregunten mucho del affaire Dreyfus, pero en mexicano se resume como, "primero jusílenlo y después viriguas"

La novela se divide en tres partes; la primera es un proemio donde encontramos una reunión de amigos en la que se habla del crimen y de la muerte violenta; tenemos una defensa de la violencia como un instinto natural del hombre que sirve al bien individual. En los puros y el cognac, un callado hombre dice que les quiere leer un diario que es excepcional y que ilustra el concepto que quieren discutir, así comienza la historia propiamente.

En la segunda parte de la novela (primera del manuscrito) nos presentan al personaje principal, un oscuro y cobarde personaje venido a menos y metido en una política de muy dudosa calidad moral, donde el engaño es parte de la vida. Lo meten a competir por un puesto de elección democrática, pero al final es traicionado por su fracción y pierde la elección y el prestigio.

El personaje nos presume su absoluta falta de escrúpulos, al haber sido criado en una vida donde el engaño era una virtud y la maldad una constante en la vida. Como manera de callarlo y evitar más grandes escándalos, es enviado a Ceilán como falso embriologista, como un investigador que buscaba los orígenes de la vida marina. El tipo no sabe absolutamente nada de la vida marina, y odia cualquier cosa de la naturaleza que no tenga que ver con dinero, poder o sexo, pero acepta al ver la jugosa remuneración que recibirá.

En lugar de comprar equipamiento y contratar personal, se roba la totalidad del presupuesto y se va de putas a China en compañía de una misteriosa mujer llamada Clara (Estaría bruto para diputado en mi país). Clara se había enamorado de él al descubrir que era un hipócrita despreciable, y no el respetable científico que fingía ser.

En el barco, conoce personajes absolutamente despreciables, como el que mataba y comía personas sin ningún remordimiento; quienes civilizaban países matando a la población y robándoles sus recursos; los que inventan máquinas de guerra que matan a menor precio; los absolutamente racistas y los vividores del presupuesto. Nos presentan la analogía del tigre que se come al ciervo (Europa y sus colonias) y los pavorreales que están a la espera de que el tigre se vaya para comer su excremento ("los poderes fácticos", aristócratas, políticos, jueces y demás)

En la tercera parte del libro (segunda parte del diario), nos hemos adelantado dos años, y nuestro querido personaje va llegando a China a visitar a Clara con obvias intenciones eróticas. Es en ésta tercer parte que el personaje "se apaga" completamente, y nos muestran a un hombre apocado siguiendo como perro faldero los extraños deseos de Clara.


Clara, recostada como una princesa en una piel de tigre, comienza contándole cómo Annie, su amante mutua ha muerto de una lepra elefantiásica que la deformó y la obligó al suicidio.

Entonces Clara, al escuchar el sonido de una campana, se da cuenta que es miércoles, y ruega a su amado que lo acompañe a la cárcel a "dar de comer a los presos", prometiéndole un día de diversión voluptuosa y la presentación de las mayores maravillas de la China. Le explica que la cárcel sólo permite la entrada de visitantes los miércoles, y que al terminar la visita, el amor que le demostrará será mucho más intenso. El accede asqueado.

En la entrada de las puertas de la prisión, hay un nauseabundo mercado de carne, la mayor parte de ella en descomposición. Los que parecen ser aristócratas europeos, compran ésta carne podrida y esperan a que abran las puertas. Clara contrata a un muchachillo para que cargue una canasta de sanguinolenta carne en descomposición y entran al pabellón de los condenados a muerte.

La primer parte del recinto es una lóbrega cárcel donde los condenados están en diminutas jaulas, con sus cabezas o manos en inmensos cepos que les desollan la piel al tratar de moverse, y donde nunca pueden sentarse ni estar de pie. Estos presos están destinados a morir de hambre, así que son la diversión de los visitantes, que los tientan con comida para torturarlos. Enseguida se encuentra una jaula con hombres enloquecidos de hambre y soledad. Aquí está preso un poeta (se supone que antiguo amante de Clara) a quien ella va a visitar y alimentar. Después de tratar de adivinar si sigue cuerdo, le arroja la carne cruda para que pelee por ella con los otros presos. En lo que parece ser una pelea de perros, ella ve una diversión voluptuosa.

Así, se dirigen al recinto central, llamado "el jardín de los suplicios", donde los condenados son torturados  en medio de una decoración tan bella, que acrecienta su dolor. El jardín es una especie de jardín edénico con flores de una belleza increíble. Por todos lados hay flores fálicas, con aroma a semen, y los árboles siempre haciendo una fragante lluvia de pétalos. El jardín está abonado con los cadáveres de los condenados, en una alegoría del sexo salvaje y la muerte, como la unión de eros y tanatos que Clara nunca puede explicar al narrador.

Los muertos aquí están hechos jirones y son irreconocibles. La tortura es una especie de arte que se cultiva con esmero, pero que (en una auto-burla) está tristemente en decadencia gracias al capitalismo salvaje que llegó con la colonización europea. Aquí vemos horrores, gente desollada en vida y después descuartizados en horas de sufrimiento. Escuchamos la plática de un verdugo mientras limpia su sierra de pedazos de médula. Clara está hipnotizada en una especie de trance extático por la plática y las explicaciones de la tortura (La tortura de la rata sobrevive aún hoy como una leyenda negra....parece ser que no la inventaron los chinos, sino Mirbeau).

Entonces el verdugo se explicó:

—Era un mísero coolie del puerto... Un cualquiera, milady. Por cierto que no merecía el honor de, tan bello trabajo. Según parece, había robado un saco de arroz á los ingleses, á nuestros queridos y excelentes amigos los ingleses. Cuando le hube quitado la piel dejándosela sujeta á los hombros por dos pequeños ojales, le obligué á andar, milady. iJa... ja... jal... Fué una idea singular. Era para descoyuntarse de risa. Diríase que llevaba prendido al cuello un... ¿cómo llaman ustedes á eso?... ¡Ah, sil... Un macferlanie!...Nunca había vestido ese perro con tal elegancia. Pero tenía los huesos tan duros, que han mellado mi sierra, esta hermosa sierra que veis aquí:
Un pedacito blanquecino y grasiento se había quedado entre los dientes de la sierra. Le hizo saltar de un papirotazo y fué á perderse entre las florecilla del césped.
—Es médula, milady—dijo alegremente el sayón.— No vale gran cosa...
....
El arte no consiste en matar mucho, en degollar, despanzurrar, exterminar en masa á los hombres... Ello es demasiado fácil... El arte, milady, consiste en saber matar según el ritual de belleza, del que únicamente nosotros los chinos conocemos el secreto... ¡Saber matar!... Es decir, cincelar la carne humana, como lo hace mi escultor con el barro ó el marfil... Extraer toda la cantidad, todos los prodigios de procedimientos que aquélla encierra en el fondo de sus tinieblas y sus misterios... ¡Nada más!... Necesitamos ciencia, variedad, elegancia, inventiva... genio, en suma. Pero todo, desaparece hoy día... El snobismo occidental que nos invade, los acorazados, los cañones de tiro rápido, los fusiles de largo alcance, la electricidad, los explosivos...¡qué sé yo!... todo lo que hace que la muerte sea colectiva, administrativa y burocrática... todas las cosas de vuestro progreso, en una palabra, destruyen; lentamente nuestras hermosas tradiciones del pasado.


Pavorreales y garzas carnívoras, charcos de sangre y jirones de carne en los cálices de las flores. Siempre hacia la parte central, donde los condenados aristócratas son muertos dentro de una campana que los tortura noche y día hasta la muerte. Así, son conducidos a una especie de rito en un burdel, donde las cortesanas bailan ante un ídolo de siete falos, donde Clara sufre un desmayo orgásmico y una agonía voluptuosa.

De pronto no vi mas que un grupo de mujeres que se entregaban a unos bailes desenfrenados, a posesiones demoniacas alrededor de una especie de ídolo, cuyo bronce macizo antiguo se elevaba hasta el techo. Luego el ídolo se destacó con mayor precisión y vi que era el ídolo terrible, llamado el ídolo de los Siete Falos... Tres cabezas armadas de cuernos rojos, cubiertas de cabelleras de llamas retorcidas, coronaban un solo torso, o mejor, un solo vientre que se unía a, un pilar faliforme. Alrededor de ese pilar, en el sitio preciso en que terminaba el vientre monstruoso, se erguían siete miembros viriles, a los que las mujeres, bailando, ofrecían flores y prodigaban furiosas caricias. La luz roja que iluminaba la estancia daba a las bolas de azabache, que serían de ojos al ídolo, una vida diabólica... En el momento en que continuábamos nuestra marcha, asistí a un espectáculo del que no puedo expresar el infernal carácter. Gritando, aullando, siete mujeres se precipitaron de repente sobre los siete falos de bronce. El ídolo, enlazado, cabalgado, violado por toda aquella carne delirante, vibró bajo las multiplicadas sacudidas de aquellas posesiones y de aquellos besos que resonaban pairecidos a golpes de ariete contra las puertas de hierro de una ciudad sitiada. Entonces estalló alrededor del ídolo un clamor de demencia, un grito de voluptuosidad salvaje, y los cuerpos se estrecharon con frenesí como en un combate, el cual recordaba la matanza de aquellos condenados que se disputaban, en sus jaulas de hierro, los trozos de carne de Clara... Comprendí en un segundo que la locura del amor puede igualar el horror de las mayores atrocidades humanas, y dar idea verdadera del infierno, del espanto del infierno...

Los personajes viven el sexo y el poder de formas excepcionales; la tortura, el crimen, la corrupción y el mal. En éste mundo hay hastío y pesimismo. El libro es una protesta contra  ese mundo.


El jardín de los suplicios es una queja contra el estado que asesina y tortura para dar gusto a los poderosos, ese es el mensaje de Mirbeau. Con un tema mucho menos pornográfico que Sade, llega a las mismas conclusiones. Con un tema completamente diferente, es un grito similar al de Apollinaire en "las once mil vergas".


Perversógrafo: trios infidelidad poligamia, serrallos, lesbianismo, prostitución, sadismo, antropofagia y racismo.




El Jardín de los suplicios
Octave Mirbeau
Barcelona, 1912
Casa Editorial Maucci
222 págs.
traducción de Ramon Sempau y C. Sos Gautreau

Ésta traducción, está en dominio público, así que es accesible en línea

1 comentario:

  1. Delirante y extremo!!! pero muy excitante... me bajare mi version para leerla completita...

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