jueves, 28 de febrero de 2013

¿Y el destornillador para qué?

Respecto al último post.......me recordó este fragmento:

Elementos con los que se debe contar en el lugar donde se realiza la orgía


  • Una mesita ratona no muy baja y pantuflas por si alguno de los invitados deseahacer La Tortuguita.
  • Buen servicio de agua caliente para los que quieran ducharse después. Y antes sifuera necesario. (Se recomienda agua caliente central y no termotanque si los participantes son muchos.)
  • Varios juegos de vibradores con diferentes cabezales. Asegúrese de que sean tan fáciles de sacar como de introducir: queda muy feo tener que llamar al ginecólogo o al plomero a las tres de la mañana por un vibrador atascado.
  • Más de una cama para evitar discusiones. También puede servir una alfombra mullida.
  • Si no se cuenta con una alfombra mullida, proveerse de varias colchonetas.
  • Si se cuenta con una alfombra mullida, tener a mano limpialfombras y quitamanchas.
  • Un simpático surtido de forros de varias marcas y colores, con distintos adminículos incorporados.
  • Vaselina y otras cremas lubricantes que no contengan vaselina. (Hay orgiastas alérgicos de todo tipo).
  • Un juego de destornilladores y una linterna.
  • Uno o varios sets de parafernalia sadomasoquista.
  • Un botiquín de primeros auxilios.
  • Los teléfonos del Servicio Sacerdotal de Urgencia, y de Emergencias Psiquiátricas para los que se arrepienten espantosamente en cuanto acaban por tercera vez. (Siempre hay alguno).
  • Una o varias plantas carnívoras.

Usted se preguntará para qué el set de destornilladores y la linterna. O las plantas carnívoras. No tengo por qué decírselo. Es uno de los secretos de la Casa Badmington. Use su imaginación y averígüelo por su cuenta.
Manual Nacional de Cortesía Sexual, de Lord Badminton 

Definitivamente uno aprende muchas cosas en estos libros


lunes, 25 de febrero de 2013

¿Y el plumero para qué?


Existen momentos en los que a uno se le antoja tener un intercambio erótico-romántico; pero también existen momentos en los que uno lo que necesita es.........sexo.

Así en la literatura, existe la buena literatura y existe la pornografía. Aquí un ejemplo de lo segundo:

El erótico espectáculo estimuló las inclinaciones lesbianas de Pearl, que se dejó caer al suelo, relamiéndose, y serpeó hasta deslizarse debajo de Connie, con las piernas extendidas entre los brazos de su amiga y la cara justo debajo de su coño.
 —Yo, de momento, me retiro —anunció John Gibson. Se levantó y fue en busca de la botella de coñac.
 —Intenta no moverte, querida —gruñó Pearl, porque Connie, al sentir la insinuación de la lengua femenina entre los labios fruncidos de su coño, había comenzado a agitar las caderas.
  Los dos caballeros contemplaban extasiados la escena. Tenían delante la cabeza de Pearl y las rollizas nalgas de Connie. Sus vergas se alzaron al unísono al ver cómo la lengua de Pearl besaba y acariciaba delicadamente la blanda vulva de Connie, moviéndose como una serpiente, cada vez más deprisa en torno a la dulce raja.
 —¡Oooh! ¡Oooh! ¡Aaahh! —exclamó Connie—. ¡Chúpame el clítoris, me muero por correrme! ¡Aaaahhh, qué bien! ¡Sí! ¡Sí! ¡Así! —Recorrida por un fuerte estremecimiento, entrelazó las piernas en torno al cuello de Pearl, con las rodillas dobla das sobre sus hombros y le vertió en la boca su cálido tributo en forma de fina lluvia salada. Corcoveó un poco y luego suspiró y relajó las piernas, mientras Pearl seguía besando su almizcleña gruta.
  La herramienta de Bruce, de roja cabeza, despertó con una sacudida. Él se la sobó hasta tenerla tiesa como el mármol. Pearl, como presintiendo su necesidad, se puso a gatas para exponer los espléndidos globos de su culo, sin dejar de besuquear el coño saciado de Connie, y se abrió las nalgas para invitar a uno de los caballeros a satisfacerla.
  Bruce McGraw no tardó ni un instante en colocarse tras la apetecible muchacha. Se humedeció el glande con champán e introdujo la verga entre las voluptuosas nalgas, hasta encontrar el fruncido rosetón que se ocultaba entre ellas. Atacó su objetivo con vigor pero no con demasiada rapidez, para no hacer daño a la joven. Entraba y se retiraba con cuidado del suculento túnel, y le alegró comprobar, por el modo en que ella agitaba el trasero, lo mucho que Pearl disfrutaba de la penetración. Una vez que estuvo firmemente asentado, le rodeó la cintura con los brazos y le acarició el coño con los dedos para proporcionarle un placer adicional.
  Pearl seguía agitando la lengua en torno a la empapada vulva de su amiga, pero John Gibson encontró la forma de convertir el trío en cuarteto anodinándose sobre un cojín junto a Connie, que de inmediato tomó con los labios su gruesa polla y se puso a lamerla, besarla y chuparla con tal energía que pronto tuvo la boca llena de una copiosa eyaculación. Tan deprisa tragó el semen que no pudo evitar un pequeño eructo.
 —Calma, calma —dijo Bruce McGraw—. Recuerda lo que nos decían de pequeños: hay que masticar bien cada bocado antes de tragar.
 —No hay tiempo —replicó Connie—, ¡Además, me voy a correr otra vez!
  Hizo honor a su palabra, y Bruce y Pearl se unieron a ella en un triple grito de éxtasis. Los cálidos fluidos de Connie manaron por segunda vez en la boca de Pearl. Bruce McGraw inundó el orificio menor de Pearl con un chorro de cremoso semen, mientras los jugos de la joven le empapaban los dedos que él tenía hundidos en su coño.
  John Gibson sugirió entonces una variación de un luego muy popular entre las clases altas de Kirkudbrightshire, para el que era necesaria la presencia de dos muchachas, un hombre, un consolador y un plumero. Pero en la casa no contaban con los complementos requeridos, y además las jóvenes objetaron que el tiempo apremiaba y que estaban preocupadas por la vuelta a casa.
La pasión del conde, Anónimo.

Bueno........me gustaría saber para qué era el plumero. Definitivamente uno aprende muchas cosas en estos libros.




lunes, 18 de febrero de 2013

¿Qué es Teresa? Es... los castaños en flor de José Pierre


Este libro me gustó mucho. Quizás porque necesito en este momento algo de pasión o quizás porque este libro no es lo que aparenta. Este libro tiene dos tonos distintos: en un principio es un libro que habla sobre el amor libre y la educación sexual de un joven. Después se convierte en algo más banal......pero no menos entretenido.

La historia está ambientada en los años 50 (probablemente). Francis es un chico que está por cumplir 17 años, es el hermano menor de una familia tradicional, pero de ideas algo liberales. El hermano mayor, Philippe, esta por terminar su carrera de ingeniería cuando anuncia que en cuanto se gradúe se casará con su novia, Teresa.

Para no descuidar sus estudios, Philippe se concentra en sus estudios y deja de cachondearse con Teresa. Utilizan a Francis de chaperón para todas sus citas. Francis cae enamorado de una Teresa encantadora, que seduce a quien la trata.

Un día, Teresa aprovecha el descuido del hermano mayor y mete un dedo en la boca de Francis. El le responde pellizcándole un pezón y ella se deja hacer. Un buen día ya los tenemos encamados en el departamento de ella. Hasta aquí la historia es tierna y excitante. El autor no había metido el sexo explícito en todo esto, pero los textos son impresionantes.

Y, en un momento dado, jugando, me puso entre los labios una cereza en orujo. Lo que siguió se produjo con tal rapidez y precisión que nos quedamos un instante como heridos por un rayo: en el mismo momento en que mis dientes se cerraban sobre la cereza, el pulgar y el índice de mi mano derecha llegaban a la punta del seno izquierdo de Teresa con una seguridad tanto más sorprendente cuanto que ella, de espaldas a la chimenea, única fuente de luz, era para mí sólo una silueta a contraluz de trazos indiscernibles en la oscuridad. Y como el gesto de la recolección hizo madurar repentinamente el fruto, la cereza que tenía en el extremo de mis dedos tenía casi el mismo tamaño que la que mordía. Este episodio puede parecer grotesco o inventado, pero me imagino que lo mismo pasa con tantas de las cosas que sin embargo se producen efectivamente todos los días. He de confesar que este doble gesto no ha dejado de emocionarme y sorprenderme, tanto por su simetría perfecta como por su vertiginosa exactitud. Teresa, que podía leer en mi rostro iluminado por la luz del fuego las señales de una alegría tan intensa como fugitiva (mientras el suyo permanecía en la sombra), se puso a reír suavemente.


Unos días después, borrachos en la casa de ellos, se les desnuda y los excita bailando. Los desnuda a ellos y baila restregando su cuerpo al de ellos. Se exhiben ante Francis teniendo sexo. Teresa llega a proponerles un trío. Francis está celoso de su hermano, pero Philippe no parece tener vergüenza ni celos.

Entre los tres, se hace una amistad muy bonita, donde Francis es el protegido y el iniciado, al que se le trata con cariño. Un día que Philippe los deja solos 10 minutos, Francis la masturba violentamente y le mete los dedos por cuanto agujero le encuentra. Ella parece no tener remordimientos.

Aquí es donde el relato se comienza a descomponer. Teresa los invita a una orgía en un castillo, orgía marcadiablo que se llevará a cabo en unas semanas. Para enseñar a Francis a bailar, lo lleva a un bar de lesbianas en el que Teresa era asidua. Para enseñarlo a chupar como una lesbiana se lo lleva a su departamento. El se vuelve un pornográfico.......uno muy bien escrito, por cierto.

Teresa le presenta a Francis una "novia" lesbiana,  les promete a ambos que el día de la orgía serán "matrimonio". Luego se lo lleva a su departamento y tienen sexo anal violento.


 —¡Esta vez te voy a convertir en marica! ¡Tu regalo de cumpleaños será mi culo!
Nos desnudamos y colocó de un modo especial sobre la cama, almohada, cuadrantes y cojines (tras quitar el patchwork, naturalmente, y abrir las sábanas). Luego fue hasta lo que constituía su especie de cuarto de baño y volvió provista de un tarrito de loza blanco. Para mi instrucción, y sin duda también para demostrarme que estaba dispuesta a que sus actos fuesen acordes con sus palabras, me anunció:
—¡Ensayo de la gran escena del palacio de V...!
Como jugando, revistió el extremo de mi verga erecta con un ungüento fresco y untuoso con el que ungió también, con dedo vivaz, el surco entre sus nalgas. Luego se arrodilló sobre los cojines con el culo en pompa al borde del lecho, de tal manera que, agarrándome a sus caderas, bastaba con flexionar las rodillas para mantenerme a su nivel.
El exceso de lubrificante tuvo un efecto idéntico al de una capa de hielo: derrapé varias veces, tanto al norte como al sur del objetivo. Aquello nos hizo reír, pero noté que se ponía nerviosa: no debía continuar con mi torpeza mucho tiempo. Me eché hacia atrás primero y acaricié ligeramente su sexo, luego hice circular un dedo por el estrecho pasadizo que me estaba destinado. Los temblores que le recorrieron el espinazo preludiaban una suavización adecuada: a despecho de la aparente desproporción, conseguiría cruzar el umbral. De hecho, me interné por allí como una piedra se hunde en un pozo, mientras ella lanzaba una especie de rugido sordo cuya única motivación no estaba, evidentemente, en el dolor. Mi deseo, incierto por un momento, se hacía más y más imperioso, y una a modo de televisión interior destellaba en mi cráneo, permitiéndome suponer con breves intermitencias de luz, que ponía en función todos los órganos internos de Teresa hasta el punto de florecer ya en los labios (¿traspasada?) al extremo de mi crecimiento subterráneo. Nunca más he vuelto a experimentar la novedad de las sensaciones que me proporcionaba aquella unión.
Por su parte, Teresa rugía más y más fuerte, y nos entrechocábamos con empellones brutales, de una bestialidad total, yo esforzándome por sumergirme aún más profundamente en su culo, y ella tornándose (o así me parecía) más y más abisal. La fatiga se presentó antes que el éxtasis. Perdí pie y me derrumbé sobre la cintura de Teresa. La liberación se presentó en aquel momento en que la inmovilidad nos tenía fijos en península desconocida, lejos de las tierras exploradas: oímos largo rato, entre el fragor tempestuoso de nuestras respiraciones encabalgadas, algo como el cabrilleo de una fuente entre la arena.


Después de mucho cachondeo, llega el momento de la orgía; orgía que durará la mayor parte del libro. Se trata de una especie de culto amoroso para el descenso de la lujuria sobre los concurrentes; una idea de Teresa y uno de sus ex-amantes; un castillo alejado del mundo, bastante sadeano (aunque nada sádico).

Los tres invitados de Teresa están enamorados de ella y no le pueden negar nada. La orgía aparenta estar perfectamente organizada y con itinerarios qué cumplir, aunque lego al autor se contradice un poco. Bueno, para  no entrar en detalles, todos se comparten las novias, nadie se encela de nada y el autor parece tener una fijación por el sexo anal que se refleja en enculadas y gritos de dolor y pasión por muchas páginas y se repite con cada protagonista. Por alguna razón, esta parte de la historia me recordó la novela "La rosa del amor", que algún día comentaré.

Cuando Philippe y Teresa se casan, los padres de ellos les dejan el departamento unos días mientras ellos se van a vacacionar a Canarias. Aquí llega el intercambio total; las siguientes semanas serán un revoltijo de cuerpos y fluidos que al final ya no entiende uno nada.

Teresa comienza a platicar la historia de cómo su padre la sedujo y la inició en los placeres refinados del sexo. Varios otros protagonistas cuentan sus historias........la novela se muere de falta de oxígeno.

Al final el autor decide terminar el relato. Los casados se van a Camboya y so cojen a todo el país, dejando el departamento con una pila de sábanas almidonadas de semen, manchas de la regla, vino, esperma, colillas y rayas de mierda.

¿Quién es el autor? Eso es lo más increíble; me entero que José Pierre fue un artista del movimiento surrealista, alguien famoso y que el libro es un halago a Sade y una pieza admirable de surrealismo leve, como El inglés descrito en el castillo cerrado, pero sin violencia.

El libro fue escrito en los 60´s, pero clandestino por 10 años. Los temas son recurrentes en el trabajo de Pierre: chicas núbiles sin pecado o culpa; la transgresión y el eterno problema de la frontera entre el libertinaje y el amor, que para el autor no tienen relación.


Una maravilla que Tusquets no supo vender adecuadamente.




Perversógrafo: Sexo oral, vaginal, anal, exhibicionismo, masturbación, dedos en los agujeros, lesbianismo, felación, cunilinguo, beso negro, homosexualidad, pornografía, , voyeurismo, exhibicionismo, bisexualidad, virginidad, cuartetos, tríos, 69, desvirgamientos, sandwich, juguetes sexuales, incesto, ¿Qué mas?


¿Qué es Teresa? Es... los castaños en flor
José Pierre
Tusquets editores, La Sonrisa Vertical 120
España, Diciembre 2002
ISBN: 978-84-8310-846-8
200 pág.


jueves, 7 de febrero de 2013

Aunque sea de ..... burro


Yo tengo un amigo que solía decir que "mientras sea hoyo, aunque sea de pollo". Tengo un amigo más extremo que dice que "mientras sea agujero, aunque sea de hormiguero".
Bueno, Alfred de Musset escribió un libro de lo más extremo. Veamos:

Gamiani
La vez primera que me sometí yo a tal prueba, estaba en el delirio de la embriaguez. Echéme valerosamente en el banquillo, desafiando en osadía lasciva a todas las hermanas. Al instante, azuzándolo a correazos, metieron el asno en la estancia y lo empujaron contra mí. Su arma terrible, rígida ya por las caricias de las monjas, me golpeaba lentamente el vientre. La empuñé bien, esperé a que le untaran una pomada lubrificante, y empecé a introducírmela. Agitándome, empujando briosamente, guiando la lanza con mis dedos crispados, me vi al fin poseedora de cinco pulgadas del ardiente tronco. Quise apretar aún más y caí rendida. Me parecía que mi piel se rasgaba, que me rompían, que me descuartizaban. La bestia, removiéndose sin tregua, ejecutaba un roce tan violento, que me descoyuntaba y quebrantaba la espina vertebral. Al cabo, mis canales espermáticos se abrieron y se desbordaron. ¡Oh, qué placer! Corrió por mis entrañas un río de amor. Exhalé un largo grito de enervamiento y me sentí aliviada... En los transportes lúbricos había ganado dos pulgadas más.
Todas las medidas estaban rebasadas y derrotadas todas mis rivales. Sólo quedaban fuera las dos bolsas del asno, como bendito obstáculo para que el animal no me despanzurrara.
  Rendida, destrozada en lo más hondo de mi ser, creía apurada ya toda la voluptuosidad, cuando el tremendo azote vibra más rígido, más potente y magnífico; me sondea, me rebaña, casi me suspende en el aire. Se hinchan mis músculos, rechinan mis dientes y caen los brazos a lo largo de los estremecidos muslos; de repente, siento un chorro caliente y pegajoso, tan caudaloso y fuerte que parece que se mete en las venas, las llena, las inunda y va por ellas hasta el corazón. La carne, distendida y anegada por el copioso bálsamo, no siente más que una punzada irresistible que cosquillea los huesos y la médula y el cerebro y los nervios, y separa las articulaciones, y me hace arder, hervir...
¡Delicioso tormento! ¡Incomparable voluptuosidad que desata los lazos de la vida y que parece que nos mata de amor!
Fanny
  ¡Cómo me enardeces, Gamiani! ¡Voy ya sintiéndome sin fuerzas!... Di: ¿y por qué te saliste de aquel convento endemoniado?
Gamiani
  Vas a verlo: una noche, en medio de una orgía insensata, se nos ocurrió transformarnos en hombres colocándonos miembros prodigiosamente imitados, y ensartarnos las unas a las otras persiguiéndonos en una loca danza. A mí me tocó ser el último eslabón de la cadena, y era, por tanto, la única que cabalgaba sin que la cabalgasen. ¡Cuál sería mi sorpresa al sentirme atacada por un hombre desnudo, que había sabido, no sé cómo, introducirse entre nosotras! Lancé un grito de espanto y, al oírme y verle a él, todas las monjas se desbandaron y  fueron a caer incontinentes sobre el audaz intruso. Todas querían dar remate real al goce comenzado con un insuficiente simulacro. El festejado macho se quedó pronto hueco y seco. Daba lástima ver su abatimiento idiota, su antena flácida y colgante como sucia piltrafa, y toda su virilidad, en fin, en la más negativa exposición. Cuando me llegó a mí la vez de disfrutar el elixir prolífico, era casi imposible reavivar tales miserias. Pero lo conseguí, a pesar de todo. Inclinándome sobre el moribundo, sepulté la cabeza entre sus ingles, y tan constante y hábilmente chupetée al señor Príapo, que se despertó rubicundo y juguetón que daba gusto verlo. Acariciada yo a mi vez por una lengua experta, sentí bien pronto que se acercaba un supremo placer, el cual gusté sentándome orgullosamente sobre el cetro que acababa de conquistar, de modo que di y recibí un diluvio de deleite.
  Aquel espasmo agotó a nuestro hombre. Todo fue en vano para reanimarlo. Y ocurrió, ¡oh, femenina ingratitud!, que así que las hermanas comprendieron que el infeliz no servía para nada, determinaron, sin titubear, matarle y sepultarlo en una cueva, para evitar que sus indiscreciones comprometieran la buena fama de la casa de Dios. Inútilmente combatí la atroz sentencia: en menos de un segundo fue descolgada de su cuerda una lámpara y colgada la víctima en un nudo corredizo. Yo aparté mi mirada del horrible espectáculo. Pero héte aquí que la estrangulación produce su ordinario efecto y el miembro del ahorcado se alza rígido con enorme sorpresa de las monjas. La superiora, maravillada por aquella virilidad inesperada y póstuma, se monta sobre un escabel, y entre los aplausos frenéticos de sus infames cómplices, se desposa en el aire con la muerte y se ensarta a un cadáver. No acaba aquí la historia. O muy delgada o muy gastada para sostener tanto peso, la cuerda cede y se parte. Muerto y viva ruedan por tierra, con tan fuerte golpe, que la mujer se rompe dos o tres huesos y el pobre ahorcado, cuya estrangulación no había sido completa, vuelve a la vida e en su tensión nerviosa está a punto de ahogar a su infeliz pareja.
  El rayo que cae entre una multitud causa menos espanto que el que esta escena produjo entre las monjas. Todas echaron a correr despavoridas, creyendo que era Satanás quien había venido a gozar su infame orgía. Sólo la superiora quedó en la sala, entre las garras del resucitado inoportuno.

de Alfred de Musset